Todo el mundo sabe
Yo estaba maravillado con la cantidad de pelotillas que salían de entre los dedos de mis pies.
Sacaba una y la hacía girar con el pulgar y el índice justo debajo de mis narices. No quería perderme nada del espectáculo. Luego la depositaba en el cenicero de la mesita y empezaba de nuevo. Tenía otro cenicero sobre el sofá para las colillas. En el de la mesita había más pelotillas que colillas en el del sofá. Sonó el teléfono. Yo ya sabía quién era, por la hora y porque era el fijo. Nadie me llama nunca al fijo. Nadie llama nunca a ningún teléfono fijo porque no hay teléfonos fijos porque no hay nada fijo porque todo el mundo sabe que hoy en día todo cambia a una velocidad endiablada. En mi opinión no es así ni mucho menos; esto es solo lo que ellos quieren hacernos creer. Pero mi opinión no cuenta mucho para la mayoría de la gente y, en todo caso, lo cierto es que no hay nada que hacer contra lo que la gente sabe.
No he contestado. Nunca lo hago. Es imposible contestar al teléfono. Y si se pudiera, sería imposible saber lo que se diría. Y si se pudiera, sería imposible decirlo... tengo cosas más serias que hacer, asuntos de lo más serio, verdaderamente... y mi exmujer lo sabe y con ella también su hijo, mío también, también de los dos aunque de mí fue arrebatado gracias a la ayuda de las leyes españolas en los descubiertos relativos a las separaciones, leyes de lo más bárbaras y estúpidas, pues son leyes humanas y por tanto, capaces tan solo de representarse el mundo desde el error, la fealdad y el mal. Todos lo saben.
Toledo siempre ha sido una ciudad bulliciosa. Cervantes ya lo decía y esto ya en su época y sin saber él nada del por mí odiado turismo, que cada día encuentro más repugnante y vil. Pero fíjese uno, Cervantes ni más ni menos. Dijo. Nada que decir. No en contra y sí más bien a su favor. Cervantes es ley. Cervantes es luz. Cervantes es vía veritas. Y precisamente contra el turismo me he refugiado yo en mi piso de Martínez Simancas nº 9, contra su bullicio y el estruendo de su río de consumismo inabarcable que no se cansa nunca de golpear las ventanas de mi refugio. Ahí quiero yo verte Caronte, cruzando ese río imbécil con tu barquichuela intentando llegar desde el bar Ludeña hasta la delegación de hacienda en Alfonso X, apenas 500 metros por calle Plata pero irreductibles por culpa del minucioso consumo de los hombres llamados turistas.
Contra ese río tengo que meditar, mucho y de la manera más científica posible, por eso estuve decidido desde el principio a refugiarme en mi piso, desde el principio del final de mi ahora exquerido negocio de alfombras toledanas y pasara lo que pasase fuera de las paredes y llamara quien llamase al teléfono, y mi exmujer y mi exhijo saben esto a la perfección. Todo el mundo lo sabe, que en este castillo de mi invención, en este búnker que necesité inventarme y tuve que inventármelo y lo hice, desde que concebí mi proyecto científico, justo al final de la quiebra de mi negocio, desde la quiebra de toda la voluntad y perseverancia que en él puse, he estado encerrado por mi voluntad y perseverancia, para escribir y aunque ahora haya estado mirando las pelotillas que salen de entre los dedos de mis pies. Fumar y contar las pelotillas es algo que me relaja, libera mi tensión. Me gusta mucho, sí.
Y además y sobre todo y a diferencia de tantas otras cosas, es algo posible de llevar a cabo—no como los negocios—, mediante la voluntad y la perseverancia, lo que sin duda constituye la suma total de la plenitud de la existencia. La felicidad sin ambages... y antes de que llegue el espantoso verano, yo ya he tomado esa precaución. Encerrarme y ser feliz escribiendo —encerrarme en la felicidad—, y desde esa felicidad, ganar el certamen literario Nobelpriset y llevarme el botín porque, y esta es la verdad, no sé cuántas cervezas más podré tomarme antes de que se agoten por completo y contra mi voluntad, cualquier posibilidad de conseguirlas... no solo los turistas acaban con la paz y la tranquilidad sino también con la cerveza y lo hacen de la manera más bárbara posible y amparados por las leyes del libre mercado que les permiten hacerlo, leyes imbéciles y letales que sin duda alguna nos han destruido.
También mi exmujer sabe que necesito relajarme y que es esa combinación exquisita del conteo de las pelotillas, el tabaco y las cervezas lo único que me mantiene a flote. Siempre es difícil sacar la cabeza de ese río bullicioso, de su estruendo inmisericorde, que asola las calles de Toledo y las convierte en un erial seco, estúpido y egoista... si mi exhijo llamara al teléfono fijo y pudiera decirme algo y yo pudiera entenderlo, no me cabe la menor duda de que ambos estaríamos de acuerdo. Lo estaríamos sentados al fresco del ventilador y a salvo del estruendo, que verdaderamente lo vuelve a uno loco, loco de atar. Sí. Nos tomaríamos unas cervezas y fumaríamos y nos contaríamos las pelotillas de los dedos de los pies. El contaría las mías y yo contaría las suyas. Pero esto es evidentemente un imposible. Mi exhijo no tiene edad para venir hasta mi refugio, y aunque la tuviera, no podría venir, y aunque lo hiciese, tampoco subiría a mi piso. Mi exhijo tiene solo un año de edad, aunque en realidad tenga diecinueve. Se comprende entonces lo difícil que es todo.
La misma Santa Teresa no pudo fundar un convento aquí, en Toledo, de la ingente cantidad de conventos y palacios y monasterios que había. Siempre fue un lugar de hacinamiento, Toledo. Un lugar estruendoso. La de gente que viviría, como viven hoy, en las calles, de día y de noche, hacinados, sí, en las calles y en cuevas y en subterráneos y en pasadizos y, en suma, de mil maneras que hoy nos parecerían horrorosas y contra las más elementales leyes de la dignidad. Si lo pienso, me vuelvo loco. Pero las leyes de los hombres no son las leyes de la dignidad. Las leyes de los hombres son leyes del todo incorrectas, brutales, y nos permiten volvernos locos con absoluta normalidad... así las leyes contra los descubiertos en las separaciones matrimoniales... y desde luego pienso que, si el teléfono no cesa de sonar, tendré que arrancarlo de cuajo. Lo pensaba con claridad mientras pensaba que todos sabían que estoy perseverando en la felicidad y que, por lo tanto, es imposible que conteste al teléfono ni aunque pudiera. Necesitaba escribir y hacerlo de manera científica, y presentarme al certamen Nobelpriset y ganarlo y hacerme con el botín para poder comprar cervezas; y lo estoy haciendo. Por lo demás, contar pelotillas y fumar es una actividad unitaria, orgánica y fantástica que, sin embargo y sin cerveza, no puede completarse.
Y no solo eso. Son muchas las cosas incompletables. Llegar ya desde el Ludeña hasta hacienda. Lo que no pude hacer por el absurdo tráfico humano, como ya he dejado claro por escrito y para todos los tribunales de este país que es un fracaso, el tráfico de turistas borregos imposible de remontar. El río de la furia. Por ellos no pude, por los consumidores, como todo el mundo sabe, y no por que estuviera en el Ludeña tomando cervezas como se empeñó en afirmar mi exmujer, contra mí y contra mi felicidad. Así es como pasó todo porque así es como todas las cosas pasan, primero contra la voluntad y contra la felicidad de uno, y después y precisamente por esto, en la lógica y natural reacción contraria, desde la voluntad de uno y para la felicidad de uno. Primero mi exmujer contra mi voluntad y mi felicidad y después los tribunales y después todavía yo, desde mí voluntad y para mi felicidad. Por este mismo movimiento pendular, oigo el teléfono sin contestar y, después, escribo:
Estimado Sr. Juez:
Oirá cosas de mí que son del todo falsas. Oirá porque se lo dirán y no hay nada que hacer contra lo que la gente dice. Oirá y estará obligado a tomar decisiones desde una convención social, una construcción hecha desde el error, la fealdad y la maldad. En esto le compadezco. La realidad es que no me he vuelto loco, aunque poco me ha faltado. No importa. La deuda es de hacienda, no mía. Que no le engañen. Por lo demás, solo deseo que se me deje en paz.
Atentamente,
F. J.
Si tan solo fuera de Salzburgo. O tirolés. Podría cambiar de país si fuera tirolés. Me iría al Tirol. A Salzburgo me iría. Así no tendría que escuchar el teléfono sonando siempre y justo cuando cuento las pelotillas que surgen de entre los dedos de mis pies. Me iría a Salzburgo y vestiría de traje y capa. Usaría tan solo zapatos italianos y me cambiaría el nombre por el de Bernhard.
Quiero llamarme Thomas Bernhard, no Francisco. Es un nombre que da pena, el mío. Un nombre hecho muy a propósito para ser llamado constantemente por teléfono. Constantemente y sin pausa. Un nombre espaÑol. Un nombre fracasado, por tanto. Un horror... lo descubrí muy pronto, a raíz de mi indomable trabajo científico sobre las riadas de turistas que degüellan Toledo sin compasión. Lo descubrí y lo he expuesto con claridad en mis aforismos científicos, la Silvae que presentaré al certamen Nobelpriset con la intención de ganarlo, aunque es imposible ganar ningún certamen literario porque sencillamente nunca se puede ganar nada, ni un euro con tu propio negocio, todos lo saben, pues este mundo, este país, es un lugar de fracaso. Mis esperanzas son el trabajo, la obra de mi voluntad y mi perseverancia. No tengo nadie en que confiar, nadie más, para poder adquirir las posibilidades materiales de acceso a la cerveza. Nadie más. He sido expropiado. He sido vilipendiado. He sido, en suma, robado, de fortuna y de nombre, por el ocio y el consumismo. El caudal del turismo ha querido acabar conmigo. Y donde acaba el caudal, comienza el verdugo. Todo lo que pueda hacer, pues, será en defensa; y la defensa siempre es legítima.
También Toledo fue robada, sus callejones lo fueron. Los que hay en Abdón de Paz, los de la judería menor, que eran callejones defensivos, usados por los judíos para esconderse de los ataques. Robados. Sus defensas, legítimas, robadas. También los de la calle de la Plata, el que bordea San Vicente y, más recientemente, los siete Abujeros y el Infierno. Recientemente. Aún. Todos lo saben aunque nadie lo diga. Por el miedo, por la innoble cobardía. Cuando Felipe II trasladó la corte a Madrid, la iglesia y sus brutales poderes notariales expropiaron Toledo. Tomaron todo cuanto quisieron, con avaricia, con la más miserable de las codicias, llamaron suyos adarves y callejones, y redujeron Toledo a una ciudad conventual, claustral, y también hoy en día, como a todos les consta, los propios vecinos cierran espacios públicos, con cancelas o pequeños muros, cuando no con una simple y descarada puerta. Cuando no es el turismo el que roba los espacios públicos y los usurpa, cierra los negocios a su antojo. Avaricia y codicia; y el teléfono que no para de sonar. Eh, hacienda somos todos. El mercado somos todos, pero el dinero se lo quedan ellos... mi negocio, anegado por el caudal homicida del consumo... los bienes, el tiempo el trabajo la perseverancia la existencia misma producto de la perseverancia... todo ido... y luego la cerveza... y el teléfono que no para... hacienda... ellos... una llamada inoportuna y contra mi felicidad... nunca descolgar, como aquella vez cuando fue la primera vez con mi exmujer. Fuimos al Tajo. Era de noche. Luna llena, creo. La claridad flotaba a nuestro al rededor. Nuestra primera vez solos, fugados. Ella estaba enfadada con sus padres y bailaba. Movía la cadera, adelante y atrás. Yo le dije vamos a bañarnos, y nos desnudamos y nadamos lejos, muy lejos. Nos besamos...
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Aforismo científico nº 22: Solo desde la cerveza nos es dado contemplar el mundo sin horror.
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Aforismo científico nº 24: El miedo construye. Ellos dicen que destruye, pero esto es falso. Esconden la verdad pues ellos se sirven precisamente de este ardid para sojuzgar e imponer su voluntad contra nuestra felicidad. Ellos solo construyen y solo saben construir siempre desde el miedo y el horror. Ellos no quieren que sepamos sus trucos. Esto les dejaría indefensos.
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Aforismo científico nº 28: Solo con la mirada limpia de horror nos es dado un mundo aceptable en vez de despreciable.
La felicidad es la cerveza, ahora lo sé. La felicidad es contar las pelotillas de los dedos de tus pies; también sé esto ahora. También sé que es imposible ser feliz, y esto todo el mundo lo sabe.
La felicidad es escribir que eres feliz.
Querido hijo mío:
Ha pasado mucho tiempo. Oirás cosas de mí que son del todo falsas. Oirás porque te lo dirán y no hay nada que hacer contra lo que la gente dice. En esto te compadezco. Oirás y estarás obligado a vivir desde una convención social. El pasado que pretenden endosarte es una construcción hecha desde el error, la fealdad y la maldad. La realidad es que no me he vuelto loco, aunque poco me ha faltado, por culpa del estruendo que viene a estrellarse en las ventanas de mi piso. Nunca me acerco a ellas. Simplemente no puedo. Oigo voces de personas en la calle sin saber qué clase de personas son. Hay clases de cosas que vuelven para destruirte. Especialmente si ha pasado mucho tiempo. No importa. La deuda es de hacienda, no mía. Ni tuya. Que no te engañen. Nunca vivas con miedo.
Te quiere, tu padre,
T. B.