LAS SOMBRAS TODAVÍA CORREN POR LA HIERBA
- Javier Asensio

- 17 oct
- 6 Min. de lectura
“Siempre se reescribe, probablemente porque no se puede volver a vivir”
Estaba pensando
He querido continuar con el último texto que escribí, Las sombras corren por la hierba, porque no me gustó. Es decir, me gustó y no me gustó. Esa sensación. Pensé primero en reescribir el post al completo pero la verdad es que me parece mucho más entretenido escribir uno nuevo. ¿Por qué? Porque en realidad a mí nunca me ha interesado la obra final, el resultado, la cosa ahí. Bueno, está muy bien tener una cosa ahí delante como acabado final; y desde luego es mucho más práctico usar “un-abre-latas-de-facto” para sacar el atún que le vas a poner a los espaguetis, que procurar abrir la lata con una “idea-en-progreso”.
Por otro lado, reescribir tiene algo de tentación demoníaca. Es provocador eso de volver atrás, sobre lo hecho, y destruirlo, que es lo que a fin de cuentas se hace cuando se corrige algo, se destruye lo que se hizo, lo que se pensó y lo que no se pensó pero que también estuvo ahí todo el tiempo, el envés. Se arruina todo eso al volver atrás y corregir, lo que se sintió y lo que nos emocionó se arrasa al cambiarlo por otra cosa que, de repente, por cualquier motivo, nos parece mejor, igual que de repente y por el motivo más ínfimo, un cambio leve y arbitrario en tu presión sanguínea, se cierra o se abre la ventana, porque se tiene frío o calor. Se cambia todo desde lo más superficial y se corrige toda la condición previa con ese gesto tan fácil e irresponsable, y naturalmente, ya digo, se destroza al hacerlo. Lo que se pensó y lo que no se pensó. Se fulmina lo que se sintió y emocionó y lo que se quiso y deseo incluso diríamos con toda nuestra alma, se destruye cuando se corrige. Y naturalmente no puede uno hacer menos que reír, una carcajada un poco infantil, casi pura, ¿no? Demoníaca.
En el parque unos chavales querían hacer botellón, pero el vino costaba diez mil monedas el cartón, y por un sándwich de cangrejo en el súper pedían diez mil más. Así que uno de ellos sacó una navaja y miró a su alrededor sin saber qué hacer. Quiso cruzar la calle pero había demasiado tráfico, un rugido de máquinas quebradas. Pensó entonces en trepar a un árbol, pero hacía frío y la niebla ocultaba las ramas. Se apartó del grupo y se sentó en un banco a mirar el móvil y de repente viajaba en una barca hasta el sol. Qué difícil es, quedarse y marcharse.
Digamos que ahora estoy probando la solución intermedia. Si no puedo conformarme con lo que hice pero tampoco quiero acabar con ello, hagamos algo nuevo. Podría tener sentido.
La continuidad como forma de corrección.
Implacable Bernhard
La novela Corrección se desarrolla en dos partes principales y está narrada por un hombre sin nombre, amigo del protagonista Roithamer, quien se ha suicidado poco antes del inicio de la narración.
El narrador se instala en la buhardilla (el "cono") donde Roithamer vivió sus últimos meses, en el Altensam, una región ficticia de Austria inspirada en la natal del propio Bernhard. Desde allí, intenta ordenar los papeles, notas y manuscritos que Roithamer dejó atrás y comprender las razones de su suicidio.
Roithamer, científico y filósofo, había dedicado años a la construcción de una edificación extraordinaria, un cono perfecto, situado en el bosque de Kobernausserwald, diseñado para su hermana, el ser de su vida, como el lugar donde ella debía vivir. El cono-para-su hermana se convirtió en todo el afán de Roithamer en vida, era la culminación física, material, de sus deseos, su inteligencia y sus energías. Y cuando finalmente es terminado, la hermana muere al poco de mudarse a él, y este hecho destruye a Roithamer, quien se suicida.

Thomas Bernhard, el fío y la lucided en bicicleta en interior.
El narrador, revisando sus escritos, descubre cómo Roithamer pasó de ser un hombre racional y brillante a uno consumido por la locura, la culpa y la necesidad de corregir constantemente sus ideas, hasta que la corrección se volvió su perdición destruyendo en el proceso de creación de la perfección, la relación con su hermana, el motivo del cono.
Bien, creo que se entiende. Probablemente ahora me podría ahorrar este post. Thomas Bernhard, señores. Implacable.
También, al parecer, se encontraba en un parque Hegel paseando con un amigo, cuando recibió la noticia de la muerte de su madre. Como era noticia urgente, enviaron a un mensajero hasta allá. La madre tenía por mascota un osezno al que quería mucho y este un día murió, lo que la dejó en cama toda una mañana. Sucedió que a la tarde le llegó la factura del peletero, o del tapicero, muy alta por lo visto. Fue tal el enfado que le dio una apoplejía. Al poco se celebraron las exequias conjuntas de la madre y del oso. Cuando el amigo se interesó por la salud de la madre, Hegel respondió que tan solo era un poco gruesa.

No explicar demasiado
Este titutilito es, al parecer, la misteriosa anotación que dejé escrita y que debería haberme indicado cómo continuar y cerrar el texto. Cuando la he leído esta mañana me he quedado bizco. Javier, ¿qué querías decir?
Es increíble lo muy poco que puede uno llegar a entenderse.
Pongamos que ahora toca el final, lo que de por sí es la última y gran corrección, la corrección de correcciones, entonces, ¿qué opciones hay? Veamos:
1. Digamos un cierre circular, sobrio y reflexivo que tanto gusta a los amantes del sentido,la poética y la cursilería, como por ejemplo, árbitros de certámenes literarios y señoras de club de lectura
Supongo que siempre se reescribe porque no se puede volver a vivir, pero se puede seguir intentando.
o
Así que reescribo. No para corregir, sino para seguir viviendo en el error.
2. O digamos un cierre irónico, del tipo escritor más o menos realista, es decir, descreído de todos los pájaros azules que habitan en el pecho, es decir, escritor curtido por la vida pero, en el fondo, blandito como las baladas de los Scorpions:
Todo se corrige hasta desaparecer. Y entonces, por fin, queda perfecto.
o
Reescribir no mejora nada. Solo hace del fracaso algo más exacto.
3. Cierre de tono irónico, como si fuéramos herederos y pudiéramos dedicarnos al vino, los amores y los paseos por los parque:
Quizá la escritura sea eso: una forma elegante de enfadarse con el tapicero.
o
Tal vez corregir sea solo eso: no soportar el precio del tapizado.
4. También tenemos el cierre poético-melancólico-evocador. Este es muy de otoño en tanto que atmósfera anímica. Deja tras de sí el leve aroma de una filosofía profunda e inquietante pero sin dar la lata demasiado, y la duda sobre si quien estas cosas dice sabe realmente algo. Así:
Entre quedarse y marcharse, escribo. Lo demás —como todo— se corrige solo.
5. Y el último, el cierre meta, consciente de sí. Es bien de estudiante universitario, de vástago iracundo que todavía agita las manos y da saltitos buscando llamar la atención de papá y de mamá:
Probablemente podría reescribir este cierre. Pero prefiero dejarlo así: mal terminado, como todo lo que vale la pena.
Un giro final
O una confesión, que es, como dije en algún lugar, el tono de este escrito. La verdad es que decidí continuar con el tema del parque por varios motivos.
El primero es que pasé muy buenos momentos allí, muchos de ellos escribiendo; leyendo, la mayoría. Era mi refugio, podría decirse.
El segundo motivo es que cuando escribí el texto anterior, simplemente hice mal la pregunta de la que partí. No se trata de ¿Por qué escribes? (por lo visto yo andaba pensando en Juan Ramón Jiménez, en su poema “Vino primero pura”, otro día lo cuento). La pregunta más bien es ¿Desde dónde escribes? Y es que hay cosas que simplemente son un hecho y sobre las que no cabe nada más que tirar de ellas y ver hasta donde llega el hilo.
El tercer motivo es que, tirando de ese hilo, vi con claridad que el lugar desde donde se escribe puede ser muchos, tantos como heterónimos esté uno dispuesto a adoptar. Y desde este punto de vista un parque es un lugar tan bueno como cualquier otro para escribir.
Te vi a menudo en la carnicería, me asombraba siempre la cantidad de chuletas que comprabas, y de entraña, toda esa sangre corriendo por el papel parafinado, haciendo charquitos diminutos. Pero también te vi en muchas ocasiones en el Garaje hermético, te observaba bailar, tus caderas, no te engaño, te miraba el culo. Pero también te escuchaba cantar desafinando, tenías voz de cerveza. Y ahora nos cruzamos en el parque cubierto de margaritas y olor a madera y clavel, y te saludo y tú no respondes. Agachas la cabeza, llevas los cascos puestos.
Hay un último motivo, aún más personal si cabe, hermético incluso. Es el título. Las sombras corren por la hierba es un verso en la letra de una canción de The Doors, grupo al que yo escuchaba fanáticamente en mi época del parque, verso cuya atmósfera inquietante, de anuncio de tormentas, yo trataba de emular en el poema del que hablo en el post anterior. Las sombras corren por la hierba era la medida exacta del tiempo cuando yo me sentaba en ellas a leer, escribir, mirar, sobre todo eso, hacer nada y tan solo mirar, el mundo a mi alrededor, la gente, las cosas, y el día pasaba y las sombras efectivamente corrían por la hierba hasta cubrirlo todo y entonces la noche llegaba. Y a veces me marchaba y a veces me quedaba.

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