La gracia
- Javier Asensio

- 9 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 12 sept
Hoy quiero contar algo que me pasó anoche. Quizás no fue exactamente anoche pero desde luego esa es la idea, bueno, siempre hay algo de oscuridad ahí atrás, ¿no?
Trabajo en una empresa de paquetería. Es un hecho, sí, ¿pero de qué tipo? En mi caso a veces me parece que los paquetes no llegan sino que caen del techo, de las paredes, de alguna voluntad ociosa y marrullera. Otras veces simplemente están ahí.
Ayer, cuando dieron las 18:00, me levanté, fregué el tupper de los macarrones, lo guardé en la mochila y fui a buscar la puerta. Pero la puerta no estaba. Había una pared. Una pared que olía a cartón mojado. Pensé que era un error. Me reí. Después me volví a sentar esperando que la realidad recapacitara.
No lo hizo y en cambio llegaron más paquetes. Y más. Un auténtico río que no se detenía. Algunos llegaban rotos, como si hubieran tenido toda una vida antes de la oficina, una vida casi completa. Otros se movían levemente, como si adentro tuvieran una respiración chiquitita. Yo no los abría. No tenía permiso. Pero los miraba mucho, para entenderlos e incluso para comprenderlos.
Y no paraban de llegar. Pronto el almacén se llenó y comenzaron a acumularse en los despachos, los pasillos, había incluso una modesta montaña en los servicios de mujeres. Tuve que entrar a acomodarlos y me dio algo de vergüenza pese a que no había nadie más que yo y además era obvio que no había otra opción, pero me preocupaba incurrir en una falta y perder mi empleo.
A las 21:00 publiqué un mensaje en redes: “Estoy atrapado en la oficina. No hay salida. Los paquetes no paran de llegar. Ayuda.”
Recibí 324 likes y un comentario que decía: “¡Wow! Qué buena historia para una serie.”
Nadie vino.
Ahora tengo miedo de cerrar los ojos porque los paquetes también parecen estar mirándome.
Voy a intentar dormir en la silla del supervisor. Tiene rueditas. Si algo me arrastra, quiero al menos moverme con gracia.
Gracias por leer.


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