Te miro para pensar
- Javier Asensio

- 29 ago
- 3 Min. de lectura
Te escribo, amor mío, con tinta, pluma y papel como en el siglo XIX para amarte aun la distancia y también te escribo mientras como unas tostadas con mantequilla, para enviarte unas migajas, para salvar nuestro amor antes de que los hombres malos vengan y se lo lleven, para que quede algo de todo, algo de todo esto, bueno, eso, unas migajas. La mantequilla está más fría que el pan y el pan cruje. No es raro pero sí perfecto, así que tal vez sí que es raro. Por lo demás, me he manchado el dedo índice y he decidido no limpiármelo por si al terminar de escribir puedo pasarlo por el papel y dejarte una firma secreta y salada.
Hoy ha sido un día regulero. El mar ha estado igual de insensible que siempre. A veces creo que me odia. Yo no lo soporto. Es decir, trabajo en él, y aún así, no puedo con su idea de infinito. Me parece un maleducado. Y sin embargo ahí voy cada mañana. A mi padre tampoco le gustaba esta profesión de pescador y realmente yo no comprendo por qué seguí sus pasos. Es muy posible que él no fuera muy inteligente y, en consecuencia, que yo tampoco lo sea. ¿Soportarías eso, amar a un hombre tonto? Vaya, quizás solo se trate de obediencia a la estúpida costumbre de pescar lo que no se quiere ver.
Pero háblame de ti, amor. ¿Qué tal te sentó el nuevo champú? ¿Brilla mejor tu pelo? ¿Lucen más blancos tus dientes con la nueva dieta? Deja que te hable del barco.
El capitán es un buen hombre. Me regala cosas. La última fue un juego de cucharillas de postre, muy bonitas, con mangos de nácar. Antes fue un vino dulce, de esos que te hacen pensar en frutas antiguas, en bodegones meridionales, y antes aún aquel libro sobre la cría de palomas que no leí pero guardé. No sé por qué me regala esas cosas. Creo que él tampoco lo sabe; y eso me preocupa.
Un día una de estas cosas, no diré cuál, la quise regalar. Fue un gesto torpe aunque hecho con cariño. El caso es que detrás se fueron las demás y pasó que, meses después, un desconocido me devolvió, a su vez como regalo, una de ellas, sin saber, claro está, que había sido mía. Desde entonces temo que todos los regalos estén circulando por Vigo como una carta sin sobre, o un tuit sin editar, y que algún día le lleguen al capitán. Me sentiría un traidor. Aunque quizás él no lo notaría. Y si lo notara quizás no le importaría. ¿Quién puede saber estas cosas? ¿Existen de verdad las respuestas? La palabra respuesta, ¿es un sustantivo o es un adjetivo para lo que nos sucede con apremio?
Ay, no sé. El mundo me parece cada vez más ominoso. Como si todo estuviera a punto de girar en cualquier momento hacia un sentido trágico, pero no acabara de suceder por falta de convencimiento, por pacatería, por paternalismo cobarde.
No sé si esto tiene que ver con el amor, pero por eso te escribo mientras te observo comer. Te miro para pensar. Para pensar que quizás no todo gira y que hay cosas, como tú, que están ahí sin esconder ninguna sorpresa más que su propia forma.
Me siento muy afortunado de compartir mi vida con un conejo.
R.




Comentarios