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El hombre intermitente

ALEMANIA

  • Foto del escritor: Javier Asensio
    Javier Asensio
  • 28 oct
  • 3 Min. de lectura
Una buena muralla porque cancelala historia
Una buena muralla porque cancelala historia

Un hombre está sentado solo en la terraza del bar desde hace dos horas, bebiendo cerveza. Está al sol porque a esas horas ya hace frío, aunque la mañana es clara. Se levantan rachas de viento que bajan de la sierra arrastrando el invierno que ya llega. También hojas, polvo, envoltorios de plástico y la mierda de la ciudad. El hombre ojea en silencio el periódico. No parece aburrido. Tampoco curioso. Simplemente pasa las páginas con un crujido seco y huraño a cada vez. Parece que el periódico le queda grande. Desde dentro del bar el camarero y otros dos clientes lo observan.

-No sé por qué hace tanto ruido.

-Si está callado.

-Lleva seis cervezas ya. Una cada veinte minutos.

-¿Y tú para qué las cuentas? A ti no te va a pagar.


Nadie lo saluda. Nadie parece conocerlo. Lleva puesta una camisa a rayas bien planchada, unos pantalones grises demasiado anchos, zapatos limpios. Tiene un aspecto correcto. Podría ser un antiguo maestro de escuela, o un contable jubilado. Quizá estuvo casado. Quizá no. No tiene pinta de haber cometido errores especialmente graves, pero lanza patadas a las palomas que se acercan a su mesa y las insulta en alto. Como en ese momento lo miran, él levanta el periódico para protegerse. Es una buena muralla porque está hecha de noticias que no se sabe si son de hoy o de ayer porque parecen las mismas de siempre solo que con otras fechas y otros nombres, y así se puede decir que da todo igual porque nada cambia, y esa es una muralla que cancela la historia.

-Me molesta el ruido del periódico.

-No lo escuches.

-Me molesta que beba tanto.

-Tú también bebes.

-Café.

-¿Y luego?

-Luego es luego.


Uno de los clientes cuenta que el hombre fue a trabajar a Alemania y que ahora ha vuelto, y que ha vuelto enfermo, muy enfermo, y nadie sabe de qué. Los tres lo miran. El hombre da un sorbo a la cerveza estirando el cuello y acercando los labios a la copa.

-Ya está borracho.

-Sí, pero no molesta y nunca se tira nada encima. Va limpio.

-Yo también voy limpio y qué. Míralo, son solo las doce.

-Bueno, hombre, es sólo cerveza. No es para tanto.

-Son seis, una cada 20 minutos. De mañana. En lugar de buscar trabajo.

-Eso no lo sabes.

-Claro que sí, porque en el periódico no va a encontrar nada.

-¿Pero tú para qué cuentas las cervezas?


El hombre por fin termina la copa, dobla el periódico con cuidado y se marcha tambaleándose un poco. Unos metros abajo se apoya en un árbol y luego continúa, esta vez recto.

-No está enfermo. Lo echaron de la fábrica y se volvió a España. Viene todos los días desde entonces.

-Pues tenía que haber seguido y volver a su país.

-Pero cómo eres así. ¿A ti qué te ha hecho?

-¿No tiene mujer ni hijos?

-No.

-¿Lo ves?

-El qué. Nosotros tampoco. Tú tampoco tienes ya a tu mujer. Todos nosotros nos hemos quedado solos.

-No es lo mismo. Yo tengo mi pensión. Yo he trabajado. ¿De dónde saca el dinero para tanta cerveza?

-No ha pagado. Nunca paga.

-¿Y eso?


El camarero no responde. Recoge la mesa, lleva el periódico dentro, lo deja doblado sobre la barra y sigue limpiando vasos. Fuera se levanta el viento, trae el olor de la incineradora de basura, que no está lejos



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