Una de fantasmas
- Javier Asensio

- hace 4 días
- 3 Min. de lectura
Pequeña nota entre Graeber, Arendt, Marx y Kafka.
¿Se puede echar una timba entre Graeber, Arendt, Marx y Kafka?
Se puede.
LA BANALIDAD DEL AMOR
El capitalismo no es malo. De verdad. No le hace falta.
Por muy ruinoso que pueda llegar a parecernos como forma de vida, por muy dañino, por más que señalemos todas las catástrofes del mundo de las que es responsable este sistema, lo cierto es que el capitalismo no necesita nuestra maldad.
Ni tampoco nuestra bondad.
Esto es así porque el gran “C” se sostiene sobre la constricción estructural de la voluntad. O en otras palabras: dentro del capital, la motivación no importa.
Puedes amar a todo el mundo y ser amable, generoso, espiritual, empático; puedes conocer a tus empleados por su nombre, invitarlos a cenar, practicar yoga y recitar mantras con ellos. No importa porque estarás haciéndolo inserta en un mercado de competencia estructurado de una cierta manera, restringido a una serie de relaciones limitadas por sus reglas.
Estamos atrapadas en un campo de fuerzas que solo recompensa un tipo de conducta; y desde luego no hay razón para suponer o imaginar que esas constricciones cambiarían si cambiase la conducta.
LOS FANTASMAS NO EXISTEN (pero son)
¿O acaso cambia la relación entre los lados de un triángulo rectángulo si quien lo dibuja lo hace con amor? La suma de los catetos no se altera por las intenciones del dibujante, ni siquiera si es Taylor Swift. La hipotenusa es la misma para ella y Netanyahu.
El problema con el capitalismo es que no es un problema moral, sino geométrico.
Eso es una estructura. Algo invisible que produce efectos visibles.
La eternidad ahondada como un patio de colegio.
Bueno, no, eso es un ramalazo de poesía y no viene al caso. Tú quédate con lo de Taylor Swift y el impresentable de Netanyahu.
UN DOCUMENTO IMPERATIVO
Con ocasión de una charla, el antropólogo David Graeber mencionó “a compelling document”, un ejemplo narrativo que ilustra muy bien la idea de la banalidad del mal. La historia dice así:
En los años 90 del pasado siglo un grupo de CEOs. en su mayoría del sector energético, escribió una carta al presidente de los Estados Unidos pidiendo un mayor control gubernamental para frenar el cambio climático.
¿No es maravilloso?
Es como si un grupo de pirómanos suplicara que alguien les quitase las cerillas. Casi resulta tierno. Imaginemos la súplica: “No queremos destruir el mundo, de verdad, si incluso hay cosas en él que nos gustan. A John le encanta la jardinería, en especial las petunias, y Bobby es ornitólogo aficionado. Es solo que estamos obligados a hacerlo por el papel que jugamos. Hay que conseguir beneficios, reducir costes, etc. No nos gusta pero, ¡diablo, es nuestra función, nosotros no la elegimos! ¡Socorro!”
Engranajes pidiendo auxilio.
Pero, efectivamente: ¿qué tiene que ver lo que ellos tienen que hacer con los sentimientos?
¿Qué pasa con esta estructura competitiva que parece impedir que las personas actuemos de forma ética?
Sucede que en “C”, solo una forma de ver las cosas es estimulada, mientras que todas las otras opciones quedan, simplemente, orilladas.
Lo que a la postre destierra del individuo cualquier motivación que no sea el lucro, aniquilando virtualmente todo lo demás que una persona es y todo lo que podría ser, cortocircuitando en el proceso el paso a la socialización, destruyendo la comunidad.
Porque el mercado no es sociedad.
EPÍLOGO
En el tercer cuaderno en octavo, Kafka escribe lo siguiente:
“Todos nosotros libramos un combate (...cuando busco un arma, no puedo elegir, e incluso si pudiese, tendría que hacerlo entre ”las ajenas”). Así que no puedo librar un combate personal. Si alguna vez creo tener independencia, si no veo a nadie en torno a mí, pronto resulta que tuve que hacerme cargo de ese puesto, a consecuencia de la constelación general, que no me resulta comprensible enseguida o acaso no me lo resulte nunca.”
Y más adelante añade:
“No dejes que el mal te haga creer que podrías tener secretos para él.”


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