top of page

El hombre intermitente

Seamos verdaderos huevos fritos

  • Foto del escritor: Javier Asensio
    Javier Asensio
  • 4 sept
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 5 sept

El agotamiento del verdugo y la autoexplotación

  1. Byung-Chul Han señala que ya no necesitamos un jefe que vigile: el explotador se ha instalado dentro de nosotros mismos. Es esa voz interna que nos recuerda a cada momento que deberíamos ser más productivos, más visibles, más eficientes, más guapos y más felices. La trampa es perfecta: creemos que nos movemos por libertad pero en realidad nos estamos sometiendo al mandato de la autoexplotación. 


    Esto es lo que me dice internet, en una búsqueda rápida y más bien ociosa, y me he quedado pasmado al leerlo. No he podido evitar exclamar: ¡Caramba! ¡Este Byung-Chul Han es un huevo frito! Y tras decir esto me he vuelto a pasmar, esta vez yo a mí mismo, de forma que ahora me encuentro doblemente alborotado.


    ¿Pero qué he querido decir con algo así? Pues no lo sé. Veamos.


    Por lo pronto creo que lo que más miedo me provoca la sugerencia del señor Han es que, si bien él parece hablar de ello en un tono de advertencia, yo no hago más que ver a mi alrededor a gente muy feliz de andar obedeciendo a esa voz interna y convertirse en empresarios de sí mismo. ¿Entonces? ¿Acaso no tenemos todos derecho a nuestro minuto de conversión —a la iluminación, a la redención? Digamos mejor tres minutos.


    Digamos también, como dice el señor Han, que el trabajador contemporáneo se convierte en empresario de sí mismo, bueno: jefe y empleado, porque alguien deberá trabajar. CEO y administrativo al mismo tiempo, o entrenador y portero, gerente y dependiente, verdugo y víctima a la vez. Digámoslo y tiremos por fin el látigo por la ventana. ¿Y ahora? Ya no hay látigo externo: el látigo es la autoexigencia. Y es más eficaz porque lo llamamos motivación y nos sirve lo mismo para tonificar nuestro abdomen como para arrancar tiras de carne de la espalda de alguien, de sus piernas, arrancarle incluso las orejas.


    Sucede que en esta lógica el desorejado somos nosotros mismos. Mal asunto.


  1. Quiero volver al huevo frito.


    Al huevo frito y a la voz interna, esa misteriosa niebla que emana de uno mismo y que se enrosca en nuestros pies y sube por el muslo. Ciertamente el muslo es un asunto delicado cuando las cosas empiezan a subir por él.


    Pienso que decir de alguien que es un huevo frito no significa nada pero también que eso mismo es una excelente forma de reducirlo todo al absurdo y, como bien sabemos, de un absurdo puede deducirse cualquier cosa con lógica impecable. Cualquier cosa, lo dijo Russell quien vendía libritos a 5 peniques y no le fue mal.



    El absurdo puede ser cualquier otra cosa


    Llegados a este punto me parece evidente que a esa voz interna que nos ordena cosas no se la puede calificar como un “auténtico huevo frito” ya que, al contrario del absurdo del que todo puede surgir, ella es algo bien concreto. El qué no lo sé, un llamado a esto y a lo otro, tal vez una instrucción precisa y un cronómetro y un plazo límite, quizás el agotamiento del que ha estado demasiado tiempo arrancando pedazos de carne con un látigo creyéndose libre mientras no se daba cuenta de que la tibia sangre que lo salpicaba era la suya.


    ¿Eso eres, extraña voz interna que nos obligas con añagazas y truquitos?

    ¿El agotamiento del verdugo?


  1. También Marx en los Manuscritos económicos y filosóficos habló de la alienación y de cómo el trabajador no solo produce para otro sino que se vacía a sí mismo en el proceso. Y Nietzsche del hombre del resentimiento, aquel que interioriza la dominación hasta volverse su propio juez. O Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, sobre el ascetismo que hace del trabajo una vocación interior, el “deber de rendir”, autoimpuesto como virtud, que tanto recuerda a las opiniones de Walter Benjamin.


    Muchos han dicho estas cosas. Adorno y Horkheimer: el sujeto moderno como víctima de su propia razón instrumental, que lo convierte en objeto. Y Foucault y el “biopoder”: ya no es necesaria la coacción externa porque el sujeto interioriza las normas, se vigila y se disciplina solo. Althusser y el macizo ideológico que interpela al sujeto hasta hacerle creer que actúa libremente de forma que la autoexplotación es ya obediencia interiorizada.


  1. El agotamiento del verdugo. Una vez en la puerta del Sol, dentro de un portal fresco donde aguardaba a un amigo, me encontré al entrar al showman que minutos antes había estado bailando break dance con un altavoz y música a todo volumen y dando brincos bajo el sol. Había montado un buen alboroto a su alrededor y ahora tenía todo el equipo a sus pies y la cabeza apoyada en una mano. Estaba sudoroso y visiblemente cansado por el ejercicio, apenas le daba alguna calada al cigarrillo que sujetaba. Cuando me miró, un poco con desgana, yo le pregunté qué tal había ido la función. No hizo ningún gesto más que el de levantar la mano para dar una calada pero parece que esta se le movió sola, se apartó de la boca dejándola abierta, y acabó por abrirse enseñando unas monedas, dos o tres. La verdad es que parecían pequeñas. “Me he desviado un poco del plan”, dijo. Por lo visto yo debía entenderlo todo en esa frase.


    Un pie que iba a bailar y termina en una mano que agarra un puñado de monedas; una mano que sujeta el volante y cruza ella sola la línea continua, no mucho, tal vez solo dos o tres segundos. Una mirada que se aparta del espejo aunque oye como este, mal sujeto a la pared, tintinea mientras se aleja.


    Hay desvíos que resultan funestos pero porque no son desvíos reales sino carriles que te encauzan. Voces que te llevan de la manita, bien delimitados, trazados de antemano. Las voces internas que te dicen el cómo y el cuándo sin preguntarte qué te gustaría a ti. Una voz como un chasquido velada por la niebla.


  1. Yo he escrito un librito que se llama El sustituto de Loren y en el que el protagonista se enfrenta precisamente a esta paradoja: cuanto más esfuerzo pone en su trabajo, más siente que su vida se vacía. Puedes leerla si te apetece. Está bien.


  1. Para terminar quiero hablar de los desvíos y del huevo frito. Porque hay desvíos de lo más alegres y enjundiosos, lo juro. Desvíos que nos llenan de plenitud y que son auténticos aciertos, tanto que hacen que uno piense que en realidad ese es el camino, el desvío, y la vida un suave y ligero desviarse continuamente, desviarse hacia cualquier otra cosa, por ejemplo un huevo frito.


    Sí, la verdad es que si me preguntas, yo preferiría ser un auténtico huevo frito.

Comentarios


bottom of page