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El hombre intermitente

VEN, DAME LA MANO

  • Foto del escritor: Javier Asensio
    Javier Asensio
  • hace 3 horas
  • 14 Min. de lectura

Notas estructuralistas al capital: de emprendedores y antropología


8:30 AM


La radio suena atronadora, un anuncio, publicidad ya desde primera hora. La voz dinámica y entusiasta de una mujer empieza a hablar sobre emprendedores. Automáticamente dentro de mi cerebro se produce un chasquido, como de palito que se rompe, aprieto las mandíbulas y caigo al suelo entre convulsiones y espumarajos. Mi pareja, advertida ya de mis tremendos ataques de neurosis ideológica, pasa por encima de mi cuerpo tembloroso y se pierde por el pasillo.

—¿Puedo entrar ya al baño?



UNA PIERNA ROTA


Cuenta la leyenda que, interrogada por uno de sus estudiantes —o tal vez fue un periodista, no importa mucho— acerca de cuál fue el primer signo de civilización, la antropóloga Margaret Mead fue clara: un fémur roto y sanado.


La anécdota es muy del gusto de internet, bonita y motivacional. También es perfecta. Mead argumentaba que la capacidad de una comunidad para cuidar a un miembro herido, inmovilizado y vulnerable es lo que distingue la idea de sociedad humana. Nada de anzuelos ni ruedas, tampoco el fuego. Mucho menos un hacha de sílex o la punta de una lanza. Una pata rota y curada sugiere la existencia de solidaridad social, empatía, conocimientos, en este caso de cuidado, y una estructura social lo suficientemente fuerte como para mantener y alimentar a un individuo que no puede buscar su sustento por sí mismo.


Relaciones interpersonales éticas y solidarias, conocimientos teóricos y prácticos, y lo que hoy en día algunos llamarían “sacrificio”: gastar recursos del grupo en un individuo no productivo. 


Cuando Mead expuso esta idea, no solo habló de lo bonito que es el amor y quererse los unos a los otros, etc., estaba apuntando mucho más alto, a la idea de la viabilidad de la sociedad en la que se produjo aquel incidente. El cuidado no es solo un acto emocional, sino un indicativo de una estructura social y económica compleja, con capacidad de caza y recolección suficientes como para soportar una carga, demostrando en ello previsión y organización, es decir, política.


Estamos, como se ve, muy lejos del discurso que ensalza la tecnología como cumbre definitiva del desarrollo y mide las épocas de la humanidad por sus hitos mecánicos.




Mi novia me llama desde la habitación y voy.

Ha vuelto a meterse en la cama.

Me dice que el cielo está muy claro y que le gusta el celeste 

de las mañanas otoñales despejadas,

que se imagina en ellas parada en una pradera sin final

en la que una brisa muy suave levanta olas en la hierba.

Tiene un libro cerrado a su lado y sostiene el mate con ambas manos.

Yo miro hacia la venta. Los cristales están empañados por el frío.




UN (MUY) BREVE PENSAMIENTO PARA MARGARET THATCHER


La dama de hierro le decían. Un retrato que le haga justicia sería el de Erzsébet Báthory

rodeada de pica, potros y sarcófagos oxidados de los que mana sangre. Pregúntale a ChatGPT. Margarita dijo en cierta ocasión:


"Hemos pasado por un período en el que a demasiados niños y a demasiada gente se les ha hecho pensar, 'Tengo un problema, el Estado debe resolverlo' o 'Tengo un problema, conseguiré un subsidio para resolverlo'. O 'No tengo casa, el Gobierno debe alojarme'. Al hacer eso, están echando sus problemas a la sociedad. Y no existe tal cosa como la sociedad. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias. Y ningún gobierno puede hacer nada si no es a través de las personas, y las personas deben cuidarse a sí mismas primero."


“Deben cuidarse a sí mismas primero” significa: si te has roto un fémur, no te lo rompas; mientras tanto vete haciendo un seguro privado porque vamos a eliminar del presupuesto general la partida dedicada a sanidad. A partir de ahora estás solo y pagas, si tienes; y si no tienes, pagas también. 


El cuidado no es solo un acto emocional, sino un indicativo de una estructura social y económica compleja, con capacidad de caza y recolección suficientes como para soportar una carga, demostrando en ello previsión y organización, es decir, política.

EL CRÁNEO 4 DE DMANISI


Este hallazgo es la evidencia más dramática y antigua de cuidado a largo plazo en un homínido con una discapacidad severa, y es crucial para entender el concepto de ayuda mutua. Encontrado en Dmanisi, Georgia y con una antigüedad aproximada de 1.77 millones de años. Este cráneo y su mandíbula perteneció a un individuo que había perdido todos sus dientes excepto un canino; los alvéolos, los huecos de los dientes, estaban completamente reabsorbidos y cubiertos de hueso, lo que significa que la pérdida de las piezas dentales se produjo años antes de su fallecimiento.


Ahora bien, semejante pérdida habría hecho imposible que este individuo masticara la comida. Los investigadores concluyeron que el individuo tuvo que haber sobrevivido durante un largo periodo de tiempo gracias a que otros miembros del grupo le proporcionaron alimentos blandos o ya masticados, demostrando un alto nivel de cuidado y dependencia.



La lavadora pita y yo tiendo la ropa. Es un reparto justo,

me digo con los calcetines húmedos en las manos. Ayer

fue una buena tarde. Descubrimos un bar nuevo. 

Mientras Ceci y Carlos charlaban

de música con Lucia y Nico, Alberto pedía más cerveza.

Yo estuve fuera un rato con el dueño

quien me habló con orgullo de su biblioteca y de su colección de pitufos.

Pues sí, le dije yo, el azul es un buen color.

Pasada la lluvia, las calles reflejan las nubes

mientras las fachadas se entibian con el sol.

Al salir mi novia de la habitación, nos encontramos frente a frente

sin palabras.



HECHO DE LO MISMO CON LO QUE SE HACE EL MUNDO


Borges: "De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.”


¿Qué pasa cuando no quedan restos materiales? Porque la arqueología, como la memoria, necesita de un cuerpo para representarse el mundo. Sin objeto, no hay signo. En este sentido el cráneo de Dmanisi es también muy especial, tanto como el libro de Borges, ya que no es una herramienta ni un instrumento, no es la extensión del brazo o de la vista y sus deseos mundanos. Más allá, este cráneo es la extensión de la conciencia de ser y por lo tanto, el objeto donde la humanidad se representa a sí misma.


En un martillo, en un vaso, tenemos el deseo, la motivación y la necesidad detenidos en el tiempo. Pero en este cráneo, o en el fémur del que hablábamos, lo que vemos detenido en el tiempo es la forma del otro. Alguien que se acercó y se inclinó hacia esa persona, una y muchas veces. Esos huesos rotos son el negativo de lo que una vez fue consciencia y que el tiempo borró suma tras suma. Alguien que se agachó para dar un beso.  


La atención, el amor, la relación afectiva y racional con los otros, el modo en que el mundo deviene totalidad. Justo lo que queda fuera de tu tarjeta de crédito.



SÓCRATES ES MORTAL LUEGO MUSK ES UN GENIO


Existe desde hace tiempo el hábito de creer que la tecnología es lo más importante del mundo porque gracias a ella tenemos sociedad, o al menos una sociedad civilizada. Bueno, dirían los tecnocreyentes, no es que los Watusi no tengan sociedad pero obviamente es primitiva.


Creo que no me voy a molestar en debatir este punto de lo primitivo. Hay cosas sobre las que ya no es necesario hablar más.


Lo que en cambio resulta más interesante, me parece a mí, es la consecuencia inadvertida que se desliza con el discurso tecnociéntífico. Creo que podría exponerse así: si la tecnología es importante, entonces quien la produce lo es. Una falacia por transitividad que vendría a justificar las relaciones de poder y las jerarquías. 


Este salto de importancia es pura ideología orientada. El resultado es una falacia por transferencia de valor: se confunde el valor de un producto con el valor del productor, o incluso con su valor moral o civilizatorio. Es la versión moderna del antiguo “argumento del héroe civilizador”, donde el progreso técnico legitima las jerarquías humanas.


Es una de las tantas falacias naturales en las que caemos sin notarlo, que se vio reforzada con el capitalismo industrial, cuando la técnica se convirtió en el signo del progreso y este se comenzó a medir por la capacidad de producir. El siguiente paso, espurio pero perfectamente natural, fue hacer ocupar al producto el lugar simbólico del sabio o del sacerdote. 


De ahí surge la figura contemporánea del “tecno-profeta” o del empresario mesiánico, los Peter Thiel, Musk, Jobs y etc., que heredan la autoridad espiritual que antes se atribuía a los guardianes y administradores de lo sagrado. En esta visión, el poder no necesita justificarse moralmente porque su eficacia técnica lo redime; y aunque esta no fuera tan eficaz, su solo propósito, elevadísimo, basta para justificar el orden de cosas que propone, no ya sólo actual, sino y como el propio Thiel reclama, el que pueda darse con un cambio drástico en el orden mundial. 


Como quiera que sea, y dejando de lado las soflamas políticas, la primera consecuencia directa y sigilosa de todo esto es la naturalización de las jerarquías y de la desigualdad. Efectivamente es fácil de entender que si el mundo “funciona” gracias a la tecnología, y la tecnología depende de una élite de innovadores, entonces parece lógico que esa élite tenga más poder, más dinero o incluso más derecho a decidir sobre el futuro.


La falacia sirve así para moralizar la dominación: el poderoso no domina porque sea ambicioso, sino porque hace avanzar la humanidad.


Sócrates es mortal, luego Musk es un genio, luego tú trabaja para él, que sabe lo que hace.

Es un argumento tan viejo como la misma monarquía. Solo que combinado con una sociedad de masas en la que existe un supuesto ascensor social, se convierte en una propuesta aspiracional a la que todos queremos llegar: el éxito.



A veces me detengo en estas mañanas claras

a observar las ventanas de los vecinos,

los veo ir y venir como en un teatro de marionetas

y me pregunto cuánto pagarán de luz y de calefacción,

cuánto de alquiler o si tendrán hipoteca sobre esos

cincuenta metros cuadrados con derecho a domingos,

y pienso que yo también quisiera tener una casa en propiedad,

con un jardín en el que plantar hortalizas

para regarlas al atardecer. No creo que exista nada mayor

que el olor húmedo de las matas de tomate, me digo en silencio,

mientras pienso en esposarme a la pata de un banco

para escuchar con calma a mis sirenas.

De la cocina llega olor a café.

 


CUANDO EMPRENDAS TU VIAJE A ÍTACA…


…pide que el camino de vuelta sea largo; y ten cuidado con las sirenas. No son guapas pelirrojas, complacientes y hacendosas sino monstruos de garras afiladas que se alimentan de carne humana. Justo ayer vi una película, Black Coal, de la que se me quedó este diálogo:

—Mi vida no es un completo desastre.

—Ah, ¿pero todavía crees que en la vida se gana?


Ahora quiero hablar de trabajadores en pelotas y de convicción, esa forma de misticismo exacerbado semejante a las anteojeras y la brida de la mula.



El emprendedor como creyente


Nunca me gustó la épica. Ni como género ni como propósito de vida. Cuando jugaba al baloncesto me importaba hacer bien un pase, no ganar. ¿Qué importaba ganar si mañana íbamos a echar otro partido, los mismos de siempre y en el mismo lugar? Sinceramente, a estas alturas de lo que escribo ya no recuerdo el anuncio de la radio sobre emprendedores. En realidad fue el tono lo que me molestó, ese tono heróico, con música marcial de fondo. Lo veo en todas partes, el emprendedor como el héroe del progreso, el nuevo pionero del espíritu humano cuyo mérito se mide por la capacidad de innovar, de “crear valor”, de convertir una idea en un producto. Es, en apariencia, una figura espiritual, alguien guiado por la fe en el futuro, en la autosuperación; en su visión, se arma coraje, asalta el cielo y le roba el fuego a los dioses. Como figura de acción, vive de la esperanza, del riesgo y de la promesa de una redención, económica y social.


Pero en el fondo la suya es una espiritualidad vacía, sin sustancia interior, ya que se trata solo del reflejo del éxito como fin último. Su aspiración mística —“cambiar el mundo”— se traduce en un acto de fe en el mercado, aunque posiblemente este héroe moderno considere el mercado solo como el campo de batalla para “sus propias fuerzas”, pues desde su visión impresionada de sí mismo, la fé está puesta en su valía, en sus músculos y en su astucia. A estos héroes no les gustan las estructuras. Para ellos el mundo es maleable y se transforma a su antojo, basta con la voluntad. Desde su pensamiento mágico, la motivación es suficiente.


Esos huesos rotos son el negativo de lo que una vez fue consciencia y que el tiempo borró suma tras suma. Alguien que se agachó para dar un beso.

Incluso las restricciones a las que se someten, como pasa con los ascetas que mezclan las restricciones de la voluntad de dios con la voluntad propia, no son otra cosa que la consecuencia inevitable de luchar por lo que se quiere. El sacrificio del tiempo, del descanso, muchas veces del cuerpo, que necesita por ello una dedicación aparte, el sacrificio también de las relaciones, familiares, de amistad, sexoafectivas, todo, es en nombre de una trascendencia social. En el fondo el mismo cuento de siempre: poder y respetabilidad.


Este es el personaje de ficción que encarna perfectamente el individualismo radical de Thatcher. No hemos descubierto el Mediterráneo, desde luego; y hemos llegado al punto de siempre: allí donde el valor de la sociedad, según nuestros huesos rotos, se mide por la capacidad colectiva de cuidar y atender la necesidad, el valor del emprendedor se mediría en cambio por la capacidad individual de crear riqueza —o como gusta decir “disrupción, novedad”—. Lo que tenemos entonces en juego es un conflicto ético entre el valor de la cooperación y el valor de la competición.



El emprendedor como trabajador desnudo


El truco es que en lo material, el emprendedor es lo opuesto a la imagen heroica que se le vende ya que no posee medios de producción, ni estabilidad, ni protección alguna. A diferencia del capitalista clásico, no tiene capital, solo su energía y su fe. Es un trabajador que asume los riesgos que antes eran del empresario; un proletario sin salario fijo que internaliza el fracaso como culpa personal. El sistema lo celebra simbólicamente para explotarlo económicamente, exactamente igual a como las dictaduras soviéticas ensalzaban la figura del proletario, o el fascismo a los trabajadores de base. Donald Trump basó toda su campaña en esta misma idea. Mismo perro con diferente collar. Por lo demás, la trampa es descarada:


El emprendedor es elevado simbólicamente por su capacidad de crear tecnología y valor, lo que a la postre justifica su posición de riesgo, que se manifiesta entre otras cosas, en un ascetismo extremo, radical, con el que se sacrifica la vida personal, el precio material que  se paga para mantener esta narrativa heroica. Pero claro, la autosuficiencia sin red es, en la práctica, la vulnerabilidad extrema.


La verdad es que estar en pelotas ante el mercado es jodido, se va a reír de tu cuerpo, quizás lo erotice levemente para hacerte sentir deseado y deseable, pero lo hará solo para acto seguido tirarte un billete de cinco a la cara. Porque la libertad de mercado para un trabajador consiste en elegir el modo de su propia servidumbre. ¿A quien le darás tus caricias?



El mito del revés


Y así culminamos la falacia del héroe de las mil máscaras: el tipo que cree que su valor personal depende de su capacidad para crear algo “importante”, y que el éxito material es la prueba visible de su mérito espiritual. El tipo que no trabaja para vivir, o en el peor de los casos, para sobrevivir, sino que vive para justificar su trabajo. Es más, en no pocas ocasiones lo veremos trabajando para sobrevivir al tiempo que dedica los minutos de supervivencia a justificar ese trabajo tan importante. Un creyente exhausto que los lunes toma café en la taza de Mr. Wonderful, la del aguacate feliz con el eslogan hoy puede ser un gran día, mientras tuitea que tiene algo grande entre manos y que gracias a todos por el apoyo.



En la calle paseamos con la barra de pan bajo el brazo

hasta la verdulería. Quiero hacer lentejas.

Plátanos y fuentes.

Bancos al sol.

Hay niños que juegan y viejos que charlan.

En la tienda, limitados a lo urgente, mueven cajas de calabazas

mientras me despachan. Es un buen barrio, dice alguien,

pero ya no se puede vivir aquí. No hay mucho dinero.

A mí se me ocurre recordarles en voz alta el viejo proverbio tuareg:

“Vivo en un mundo sin huellas donde solo queda la memoria de mi aliento”.

Nadie responde, por supuesto, y alguno incluso se aparta. ¿Algo más?, me pregunta

con educación el frutero. No, respondo.

23 con 65, dice él; y tiene razón.

No cuentan mucho las palabras; aquí solo sirven las herramientas.




EN EL CAPITALISMO NO HAY SOCIEDAD


Si una sociedad puede definirse como la materialización del entramado de relaciones simbólicas y afectivas que vinculan a los individuos, y dado que el conocimiento, el lenguaje y sus prácticas, implican necesariamente la cooperación y la reciprocidad, necesitamos una pluralidad de formas de relación. Pero al imponer un único tipo de relación, basado en el lucro y la posesión, se destruye la posibilidad de sanar un cráneo. 


Obviamente esto es una exageración; igual que en el espacio físico hay rozamiento mientras que en el espacio teórico la bala de cañón y la pluma caen en el vacío, decir que “en el capitalismo no hay sociedad" no es una hipérbole moral, sino una observación estructural.

El capitalismo realiza una operación silenciosa: transforma el espacio simbólico, donde las personas se reconocen mutuamente, en un espacio contable, donde todo se mide, se negocia y se jerarquiza. El lenguaje del valor sustituye al del sentido, lo que, realmente significa que el poder sustituye al sentido. Viejas ideas como la de amistad encuentran su traducción a este lenguaje: red de contactos; y lo mismo sucede con el deseo y la necesidad, que ahora es demanda; y oferta la ayuda; y la admiración, reputación cuantificable.


Mi problema con este sistema es que al reducir cada gesto a su equivalente monetario y cada emoción a su rentabilidad, lo falsifica todo, confundiendo cada término, de modo que cuando uno quiere pensar para tomar decisiones,o simplemente por el puro gusto de detenerse unos minutos a reflexionar, se encuentra con que está sumido en un galimatías formidable en el que no se entiende nada. “Pon tu dinero a trabajar”, reza la publicidad de un banco. Bueno, el dinero no trabaja; trabajas tú. Todo al revés.


No sé, quizás lo mío sea solo un prurito semántico; quizás ver las cosas así sea verlas con demasiada exactitud. Quizás mi modelo mental sea demasiado estricto.


Por supuesto, la realidad nunca coincide con el modelo. No dejo de repetírmelo desde hoy a las 8:30 momento en el que escuché la publicidad radiofónica sobre emprendedores: así como en la teoría física una bala de cañón y una pluma caen a la misma velocidad en el vacío, pero en la práctica encuentran una resistencia que cambia su comportamiento, también… ¿También qué? 


También aquí, en el gran castillo de C, el capitalismo no logra eliminar por completo los vínculos simbólicos, así que la sociedad subsiste, pero como resto, como fricción, como algo que sobrevive a pesar del modelo económico —en realidad confirmando el modelo y a pesar de aquellos como la Thatcher a quienes no les gustaba que la gente tuviera sociedad.

En el fondo, desde una perspectiva capitalista, las familias, los afectos, la amistad, el arte, son zonas de rozamiento donde lo humano resiste la lógica mercantil.


La “solución”pasa por establecer entonces un orden jerárquico a todos los niveles posibles, laboral, político, artístico, un sistema de posiciones en el que los individuos antes que reconocerse, se clasifiquen los unos a los otros. Es más práctico así. Imagina que alguien se pone a escribir un libro y te cuenta algo de un crimen pero después empieza a filosofar y luego un personaje desaparece y en su lugar se habla de la historia de Roma y al final, para colmo, hay frases recortadas como en los poemas. Muy confuso. Mejor ponerle un género, negro, romance, thiller, biopic, y así se entiende todo, como en las ferreterías, tornillos, clavos, aquí alcayatas, eso tuercas. 


Dentro de este sistema de clasificación, el productor —la figura sacralizada de la eficiencia— ocupa el trono y el consumidor, su reverso, se convierte en sujeto pasivo, dependiente y desde luego endeudado. La relación entre ambos es pura mecánica: una circulación de energía sin reciprocidad, donde uno domina y el otro obedece bajo la ilusión de libertad. Muy lejos, me repito, del derroche de energía que representaba el fémur sanado.


Y es en ese sentido que el capitalismo vacía la sociedad desde dentro. Vampíricamente. Mantiene las formas —el trabajo, la familia, la comunicación—, pero les extrae su contenido simbólico, sustituyendo la reciprocidad por la transacción. El resultado es un mundo habitado por individuos funcionales, cada uno encerrado en su pequeño circuito de competencia, sin lenguaje común para lo que no genere beneficio y lo que antes era sociedad se convierte en una red de soledades gestionadas. 


Pues sí.

Perdón por la tristeza.


.

El amanecer es frío en estos meses, 

y hay ropa tendida en las ventanas.

En los barrios buenos estas cosas no se ven,

las bragas de María ondeando al viento.

Suena el timbre, traen un paquete.

Enciendo la luz del pasillo, abro la puerta, la cierro,

miro el interruptor.

Apagar la luz, subir persianas, colocar un cojín.

Que el final del día te sorprenda con la colada hecha.

Ven, dame la mano, vamos a follar. 

Odio las banderas.



El cráneo de Dmanisi
Cuatro colegas de hace casi dos millones de años.

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